Estancias de verano en el extranjero, ¡zambúllete!
Si, según ASEPROCE, unos 20.000 estudiantes españoles de primaria, secundaria y bachillerato estudian un curso académico completo en el extranjero cada año, ¿cuántos hacen una estancia de verano? No tenemos los datos, pero seguramente muchos más. En estos momentos seguro que un buen número de niños y adolescentes españoles está dándolo todo en alguna de las cuatro esquinas del mundo.
Si bien las ganas de pasarlo bien y conocer nuevos horizontes es la gran motivación de cualquier joven para lanzarse a este tipo de experiencia, detrás está también una necesidad académica y funcional perentoria: la de profundizar en el dominio del inglés, una habilidad que no desarrollamos tanto como quisiéramos en nuestro día a día, dentro y fuera de las aulas.
En estas fechas ya se ha abierto la veda y, si bien desde iEduex no ofrecemos este tipo de estancias de verano, sí que las valoramos de manera muy positiva. Nos parecen una buena forma de tener un primer contacto con la experiencia de estudiar en el extranjero. Si tiramos de metáfora, para nosotros sería como meter el dedo en el mar, a ver cómo está el agua…
Nadar en el mar es divertido… y además, útil
Siguiendo con esta metáfora de los estudios en el extranjero vistos como un mar, pongámonos en la situación de los estudiantes de primaria o secundaria (y sus familias) que se plantean por primera vez meterse en el agua. Por mucho y muy bien que hayamos oído hablar de ello, es inevitable sentir una cierta aprensión al acercarse a la orilla…
Y eso que, todo el mundo lo dice, es divertido. Esa es seguramente la primera y principal motivación para aprender a nadar que todos tenemos; no lo hacemos por esa inquietud tan de adulto ante la incertidumbre del futuro (“por si acaso”, “porque puede hacer falta”), sino por afán de experimentación y de diversión. Y bien está que así sea.
Así que sabemos que no es necesario detenerse demasiado en las bondades de viajar para estimular un aprendizaje activo, diverso e inspirador, ni explicar que las estancias de estudios abren puertas que nunca se sabe a dónde pueden llevarnos (pero que en todo caso es interesante que se abran). Y menos todavía, contar lo divertido que es.
Primero, el dedo gordo
A viajar, y a estudiar viajando, no se nace aprendido. Lo mismo que pasa con nadar en el mar; Todos hemos tenido nuestros dimes y diretes con las olas desde que llevábamos pañal, y su equivalente en estancias en el extranjero: vacaciones en familia en el país vecino, viajes de estudios con el instituto y similares.
Pero lanzarse a nadar en solitario por primera vez (o lo que es lo mismo, lanzarse a una estancia larga de estudios) da cierto vértigo. En ese sentido lo más natural es empezar poco a poco, metiendo el dedo gordo del pie en el agua a ver qué tal está. La temperatura es lo de menos; lo que estamos haciendo es tantear, probar.
Las estancias de verano en el extranjero, con o sin clases de idiomas, con o sin otros estudiantes de nuestro país, son una excelente primera aproximación a estudiar fuera. Supone para muchos una primera exposición más o menos continuada a un entorno en el que las personas hablan otro idioma; y, para casi todos, la primera vez que viajamos solos al extranjero.
Qué buena está el agua…
A pesar de las incertidumbres previas, de los momentos de inseguridad y de la nostalgia ocasional que se viven en cualquier estancia de verano en el extranjero, la experiencia suele valorarse tanto por los jóvenes como por sus padres como una experiencia muy positiva, si bien por razones distintas.
Los estudiantes recuerdan el impacto de la llegada (aterrizaje, descubrir el alojamiento, la primera noche), los nuevos amigos, o la primera vez que fueron capaces de entender, pedir o explicar algo hablando con un nativo. Las familias notan en sus hijos más madurez, nuevos intereses y un montón de aprendizaje de lo más variado.
Y el caso es que se le coge gustillo; se aplica aquel viejo adagio parental playero de “no querías entrar, y ahora no quieres salir”. Sea un campamento de aventura en Noruega, un curso de inglés en Irlanda o un intercambio en Alemania, darnos cuenta de que somos capaces de desenvolvernos con éxito en otro país y en otro idioma es algo que crea adicción.
¡De cabeza!
Después de vivir una de estas cortas estancias estivales por el mundo adelante (a veces nada más bajar del avión, a veces no), no es raro que muchos estudiantes empiecen a plantearse seriamente una estancia más larga en el extranjero, por ejemplo un semestre o un curso académico completo de secundaria o de bachillerato en algún país de habla inglesa (que es lo más habitual).
Seguramente no sea el amor a la lengua de Shakespeare ni la sensata perspectiva de obtener una ventaja comparativa académica lo que más los motive a ello. Seguramente sea más atrayente el encuentro con lo desconocido, la superación de dificultades, la independencia cotidiana… En definitiva, revivir las sensaciones de esa estancia veraniega, pero multiplicadas.
Tan natural como meterse en el agua poquito a poquito es terminar queriendo zambullirse. Lo que subyace bajo ese impulso de viajar estudiando y estudiar viajando (nos demos cuenta o no) es el placer del aprendizaje en estado puro, de llegar a dominar una lengua extranjera, de ser capaces de resolver problemas de forma autónoma. Poco más se puede pedir.
¿A dónde te llevan tus pasos?
Una estancia de verano en el extranjero puede ser el trampolín para estancias de estudios más prolongadas y fructíferas, ¡merece la pena probar! ¿Tú te vas este verano?